El calabacín (Cucúrbita Pepo) es un fruto pepónide, mayoritariamente verdoso y de forma alargada. Perteneciente a la amplia familia de las cucurbitáceas con las calabazas, el melón o la sandía.
Posiblemente la naturaleza creó el calabacín para los paladares con capacidad de apreciar lo sutil. Junto a su delicado sabor ofrece nutrientes en gran cantidad, y eso que es una refrescante verdura veraniega. Compuesto de 95% de agua, apenas tiene ningún tipo de aporte calórico, sin embargo, contiene una cantidad récord de minerales y oligoelementos.
Los primeros en disfrutar de un alimento que debió ser parecido al actual calabacín fueron los indígenas norteamericanos. Los restos más antiguos de sus formas cultivadas, han sido encontrados en México, en el Valle de Oaxaca. Tras el descubrimiento de América se difundió desde España a toda Europa. Existe la teoría de que el actual calabacín que todos conocemos fue fruto de un afortunado cruce genético, ocurrido en algún huerto cerca de Milán a finales del siglo XVIII.
A lo largo de la década de 1920, los emigrantes italianos se lo llevaron a América para que no faltara en sus comidas familiares. Así fue cómo volvió un descendiente del calabacín a su madre patria.
El más conocido y utilizado en la cocina es el calabacín verde (tipo “Zucchini), de tamaño variable, forma cilíndrica alargada. De piel lisa, más o menos oscura, brillante y con algún jaspeado, de carne blanquecina, jugosa, suave y agradable, que contiene semillas planas, ovales, blanco amarillento, casi inapreciables para el paladar.
¡Curiosidad, las flores del calabacín también son comestibles y se preparan rellenas o fritas, sobre todo con carne!